martes, 16 de junio de 2009

El incendio rescató del olvido a Chilcas

Por ALEXIS TRUCIDO
Con la atención que recibió luego del incendio de la escuela local, Chilcas y Chingolas renace de entre la cenizas y el olvido. Mientras los escolares reciben sus nuevas laptops llega al pueblo la instalación eléctrica.
Nuevas instalaciones eléctricas, maquinaria pesada arreglando caminos, camionetas con todo tipo de insumos, vecinos en movimiento, llamadas telefónicas cada pocos minutos y hasta poco espacio para colocar todo lo que sigue llegando. Este panorama sería común en cualquier ciudad, pero no en Chilcas y Chingolas.
No está muy claro como se formó este poblado, pero sí por qué comenzó a resurgir en los últimos días: el incendio de la escuela. El viernes 5 de junio el viejo edificio cedió ante el fuego. Una vez más, la desgracia afectó a su población, que hoy es de 53 habitantes.
"Duele mucho todo esto. Acá se aprende que no es soplar y hacer botella", dice Felipe Goiriena. Goiriena y su esposa Mirtha llegaron jóvenes al lugar. Era el año 1963. Eran parte de un grupo de más de 20 estudiantes de la Parroquia Universitaria con un objetivo utópico: cambiar la mentalidad del poblado. Este año, algunos de ellos volvieron al lugar y terminaron de escribir una obra sobre la utópica cruzada, que fue presentada justamente la pasada semana en Montevideo.
Goiriena, ahora director de Descentralización de la Intendencia no se imaginó que tendría que volver 46 años después para asistir al poblado. "La historia te enseña que es muy difícil cambiar la historia", dice.
APARECIDOS

A una semana del siniestro el pueblo ha comenzado a revivir. El camino de acceso desde ruta 6, de balasto y tierra, está sin baches. La policlínica y la capilla San Pedro Apóstol lograron lo que años de gestión de los vecinos no pudieron; lámparas y energía eléctrica que colocó la comuna.
Hay más. Desde el Consejo de Educación Primaria llegaron varias autoridades y hasta el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) arribó al paraje para donar computadoras. El programa Cámara testigo (canal 12) grabó en el lugar y hasta el ex inspector de Primaria, José Miguel Bonifacino, llegó en una suerte de misión del Colegio Stella Maris.
"Antes no venía nadie, sólo la Intendencia por el tema del famoso presupuesto (participativo) pero la cuestión de la escuela removió todo", dice Pedro González a sus 70 años. El vecino coincide en que el pueblo muere y revive, una y otra vez, a causa de su desgracia.
"Es una desgracia, sí. Pero ahora de las cenizas sacamos lo que pudimos y esto resurgió. Acá siempre pasa eso. Vienen, están, pero después abandonan y todo vuelve como antes".
Las carencias de Chilcas y Chingolas sorprenden a los visitantes temporales. Sofía Salvagno, oficial administrativo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) pregunta en voz alta "¿Para qué está la policlínica?". Acaba de enterarse de que el médico llega, como mucho, cinco veces al año, aunque el lugar está, como muchos otros, a poco más de 200 kilómetros de Montevideo.
Los vecinos señalan una tapera a pocos metros de la escuela. "Ese era el destacamento policial. Se abandonó por el 90 y ahí quedó", cuentan.
El pasado viernes había papas y otras verduras. También pan, fresco. Pero habrá que esperar hasta la semana que viene para volver a tener acceso fácil a los alimentos o trasladarse a Capilla del Sauce, varios kilómetros al norte.
Delia Cassu derrama lágrimas encima de los restos chamuscados de su escuela. "No puedo evitarlo", dice, a sus 80 años. A los 13 años se fue, pero su memoria permanece intacta. "Esto tenía bastante población. Había bastante rancho. Era gente de trabajo", relata ahora abrazada por su marido. También hubo un comercio y una carnicería. Cuando Delia iba a la escuela había otros 60 alumnos, lo que da cuenta de activa población en el lugar. "Pero la muchachada se fue. Los almacenes cerraron. La gente murió y muchos se fueron". Más de cien por lo menos.
LA LUZ
Eduardo Muniz tiene origen indio. De los primeros que hubo en el lugar. "Los Muniz" han resistido. La hija de Eduardo fue una de las que recientemente, en el Presupuesto Participativo, solicitó una heladera y aclaró que fuera eléctrica. "Eran dos pedidos en uno, ya que estábamos", dice sonriente. Finalmente ganó, además de la heladera, una maquina de coser y alumbrado, que llegarán en breve.
La calle, la única y principal, a la vez camino, ruta, paseo, cruce y estacionamiento, ahora también tendrá luz. "Va a ser una novedad", dice don González. Isabela Urdampilleta es la coordinadora de escuelas rurales en Florida. "Se van a conformar misiones pedagógicas y se va hacer un invernadero con la fundación Logros. El pueblo lo necesita", adelanta.
"Vamos a chatear", dicen algunos de los niños que apenas conocen el significado, pero ya van adiestrando dedos con las "máquinas verdes", como las nombran, mientras esperan "conectividad". El acceso a Internet llegará junto con escuela nueva, plaza, juegos y modernas instalaciones.
Para el maestro Aníbal Rondeau el trabajo deberá ser sin abandono. "Este pueblo está marcado por la desgracia. Es bueno que le esté pasando esto, pero no se puede volver a detener", afirma desde su actual cargo de director de Desarrollo Social de la comuna.
Todos están de acuerdo. Chilcas y Chingolas está en el centro de la atención otra vez, incluso a nivel internacional, y llegan donativos como el de Buquebús, que pagará la escuela nueva, o los de los uruguayos que están en Canadá.
Quizás ahora, el pueblo se salve de no volver a caer en el olvido.
ENTRE EL ALAMBRADO Y LA ESQUILA
La historia oral asegura que hay origen indio en estos poblados. "Yo lo escuché y lo sigo repitiendo para que no se pierda", dice Rondeau.
La historia escrita da cuenta de un "terreno estéril y árido, bordeando la enorme estancia de Juan D. Jackson, donde comienzan a vivir juntos los pobres, aquellos que serán mano de obra semigratuita, `voluntarios` detenidos por las partidas militares para integrar los ejércitos gubernamentales o los del caudillo rural, carne de hospital o de prostitución".
El rancherío se forma hacia 1880, con los expulsados por el alambrado de los campos. "Las Chingolas", recogió el sobrenombre que por la década del 1870 se daba a las hermanas Elisea y Ramona Pinela, que realizaban el duro trabajo de esquilar en las estancias de Jackson. Según relata el ingeniero De Arteaga en su libro Los tiempos de antes en la estancia del Cerro: El Pago de Copetón, "después de la Guerra Grande y hasta 1880, en las estancias de Jackson se les daba tijeras para esquilar a las mujeres. Esta forma de trabajo femenino terminó a raíz de un incidente protagonizado por Elisea Pinela. Ésta apostó con otra compañera sobre quién esquilaba mayor número de ovinos en un día. Al perder la competencia, Pinela mató a su rival con su propia tijera".
El País Digital


No hay comentarios:

Publicar un comentario